Francisco Acuña
Durante el gobierno de Genaro Borrego Estrada (1986 -1992),hubo un acontecimiento interesante con Don Luis Echeverría. El joven Gobernador recibió invitación para ir a tomar un café con el ex presidente y el asunto. La devolución para el pueblo de zacatecas de la obra: "El caballo famélico" pintada por el gran pintor zacatecano Julio Ruelas en 1960 (acaso su última obra). Se trata de una obra pictórica probablemente inconclusa en la que aparece un equino viejo y descarnado. Un pobre caballo cuya fisonomía es para quien lo admire, un reproche. Un caballo decaído, raquítico, anémico. Algunos críticos de arte aseguran que Goitia se reflejó en ese caballo para expresar su condición de anacoreta en su solar de xochimilco.
Es un misterio cómo fue que el ex presidente obtuvo la extraña obra de arte, el caso es que le explicó al gobernador Borrego que apreciaba mucho el cuadro porque le representaba al "tercer mundo";le dijo que lo tuvo durante muchos años en su biblioteca y que lo consideraba una obra de protesta por la desigualdad mundial y especialmente, por las condiciones de pobreza de la gente del denominado bloque tercermundista. Así, regresó a Zacatecas y fue colocado en el museo Francisco Goytia con una placa que refiere haber sido donado al pueblo de Zacatecas por el expresidente. Era común en la clase política de finales del siglo pasado y todavía durante una parte de la primera década del presente, la clase política se jactaba de haber ido a jugar tenis con el ex presidente Echeverría. para entonces mayor de setenta años disputaba partidos de dobles, se divertía e ilustraba a sus invitados. Luego charlaba de su máxima pasión: la política.
Luis Echeverría encarnó la presidencia y le puso un ingrediente especial: energía inigualable; fuente de una disciplina física y mental extraordinaria. Para bien y para mal. Hace unos días, el polémico ex presidente cumplió un siglo de vida. Su poder de concentración para hablar sin descanso por horas causaba incógnitas. Las reuniones con su gabinete eran terribles para sus colaboradores; reuniones de trabajo que se prolongaban hasta por doce horas y jamás se levantaba para ir al baño. Durante supresidencia 1970-1976, el dogma presidencial se estableció en todos los términos: el presidente era ( y aunque así no fuera) tendría que ser, el más sabio, el más listo, el más rápido, el mejor…. Entonces era un roble que apenas había cumplido los cincuenta años, las estampas lo revelan impecable, cuando no de traje, enfundado en guayabera blanca, con su mirada profunda a través de los lentes y su reluciente calva deportiva.
A cien años de su nacimiento, respetuosamente, cabe relacionar a Don Luis con el “caballo famélico”; aunque envejecido sigue lúcido. Seguramente, le gustaría saberse reflejado en esa enigmática obra que revela más allá de su otrora visión ideologizada, las heridas de la edad: hipotecas que el tiempo cobra. Genio y figura. Al menos con Zacatecas lo une esa anécdota que a pesar de sus claroscuros evidencia su vocación por la cultura.